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Síndrome de La Cabaña: Cuando la libertad se convierte en un problema

El plano psicológico, al igual que el resto de las áreas de la vida de las personas, se ha visto influenciado sobremanera por la COVID y las consecuencias derivadas de esta tal y como indican numerosos estudios, entre otros, el llevado a cabo por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (“Impacto psicológico de la pandemia de COVID-19: Efectos negativos y positivos en población española asociados al periodo de confinamiento nacional” Sandin et Al. 2020).

A nivel psicológico y directamente relacionado con los cambios acontecidos en el transcurso de la enfermedad a nivel nacional, se ha pasado por diferentes etapas caracterizadas en un primer momento por repuntes en lo que respecta a sintomatología ansiosa tanto en mujeres como en hombres (28%/9.5%), principalmente en forma de alteraciones del sueño (30%/13.3%), preocupación o anticipaciones catastrofistas (34.7%/15.2%) y desesperanza (29.3/15.6%) entre la sintomatología más significativa; poco después esta se hizo aún más evidente incluyendo entre sus muestras más perturbadoras los comportamientos compulsivos en cuanto a mantenimiento de higiene y comprobaciones de salud, dando a su vez la bienvenida a problemas de pareja y familia, a pesar de ser el indicador en ira e irritabilidad uno de los menos significativos (14.3/4.2%). Posteriormente la peor de las consecuencias, el fallecimiento, se hizo con la vida de todos bien sea a nivel personal o profesional. Es aquí donde el sufrimiento, la ausencia de elaboración de un duelo personalizado y la pesada mochila emocional causaron estragos, siendo un potente caldo de cultivo para desarrollar sintomatología depresiva en todas sus áreas (29.7/9.9%). 

Todo lo anterior desemboca después, con el inicio del desconfinamiento, es una nueva e imposibilitante sintomatología recogida bajo la etiqueta “El Síndrome de la Cabaña”.

¿Qué es El Síndrome de la Cabaña?

Es importante que no asociemos “El Síndrome de la Cabaña” a una enfermedad mental. Se habla de síndrome cuando una persona experimenta un conjunto de síntomas y reacciones tanto emocionales, como cognitivas y motoras tras determinada experiencia vital y a la que están íntimamente ligados.

A pesar de haber adquirido tal relevancia a raíz de los últimos acontecimientos, dicho síndrome no es nuevo, sino que ha sido vinculado previamente a situaciones en las que una persona o colectivo social experimenta tal sintomatología tras estar mucho tiempo encerrados en determinado lugar sin acceso a nueva y diversa estimulación fuera del mismo. Por ejemplo, este síndrome ya ha dado nombre a reacciones de presidiarios ante su real o posible puesta en libertad; o a personas cuyas vidas han incluido grandes periodos aislados debido a una enfermedad.

De este modo el “Síndrome de la Cabaña” hace alusión al temor y vivencias desagradables que se activan en relación a la exposición real o mental a todo lo que suponga salir del contexto y de la situación estrictamente actual o de los últimos meses, optando así por la reclusión como forma de vida deseada ante la percepción de seguridad que conlleva.

Síntomas

El “Síndrome de la Cabaña” conlleva una serie de síntomas compatibles con los que se encuentran en cualquier fobia o trastorno de ansiedad comúnmente conocidos por la mayoría de las personas. 

A nivel cognitivo: 

  • Pensamientos catastrofistas vinculados a lo que se encuentra más allá de los límites del hogar.
  • Preparación y anticipación de un posible plan de acción si “algo malo ocurriese”.
  • Pensamientos en bucle en lo que conlleva al máximo control tanto del entorno como las propias reacciones

A nivel fisiológico todas las respuestas vinculadas a la emoción de miedo: 

  • Taquicardia o corazón acelerado
  • Sudoración
  • Respiración rápida y superficial
  • Hormigueo de extremidades como manos y pies
  • Nerviosismo generalizado
  • Irritabilidad
  • Dificultades en la conciliación y mantenimiento del sueño

A nivel motor conductas en las que prima la evitación y el escape de todos aquellos aspectos que aumentan la aparición de dichas señales:

  • No querer retomar una rutina laboral evitar el contacto social en las diferentes formas posibles a nivel presencial.
  • Reestructurar el día a día (la compra, bajar la basura, pasear al perro, etc.) de forma que no conlleve salir a la calle.
  • Cancelar planes previstos con meses de antelación.

En definitiva, organizar el total de nuestra vida actual y futura en relación al miedo, comenzando así a llevar a cabo una supervivencia más que una vida plena y cargada de significado a pesar de las circunstancias.

Causas de “El Síndrome de la Cabaña

La base del mismo se encuentra en el miedo y la reacción automática del ser humano ante la presencia del mismo: sobrevivir. Inicialmente y como punto de partida se haya el miedo a contraer la enfermedad, siendo un miedo completamente adaptativo en cuanto a que nos mantiene alerta para continuar llevando a cabo conductas que mantengan la salud. No obstante, este se convierte en un miedo desadaptativo en dos direcciones:

  • Por un lado, cuando la emoción pasa a “tomar el control” de nuestra vida, limitando todas aquellas vivencias agradables, de contacto, de exploración, de crecimiento profesional, de ocio, etc. para indicarnos constantemente que la seguridad es un bien preciado y únicamente se haya en casa.
  • Por otro, en cuanto a la generalización de este miedo inicial a la enfermedad hacia otros estímulos como el exponernos al contacto social, a aspectos que impliquen tomar distancia con el hogar como pueden ser viajes o desplazamientos, así como a retomar el contacto con aspectos que previo a la pandemia (o situación motivadora del encierro) ya conllevaban una importante carga emocional.

No obstante, ambos aspectos se encuentran vinculados a una misma variable: el confinamiento. El hogar no sólo nos ha amparado de un aspecto del que debíamos protegernos, sino que ha servido temporalmente de “fuerte” en el que refugiarnos de aquellas vivencias que ya suponían cierta carga estresante. La medida adoptada en pro de la prevención ha servido de escudo a algunas personas que, ahora, al haber experimentado en primera persona la disminución de estas respuestas desagradables en un determinado contexto, han encontrado un estilo de vida más “cómodo” en el que las emociones desagradables y el esfuerzo por continuar adelante no tienen cabida.

¿Afecta también a los niños?

Los niños y adolescentes se encuentran en el mismo foco que toda la información anterior, tanto a nivel de causas y disparadores como a nivel de sintomatología. No obstante, existen determinadas diferencias. 

En lo que respecta a las causas, se observa mayor predisposición al miedo desadaptativo en pequeños que previamente padecían ciertas fobias o miedos limitantes, así como en aquellos que han sufrido de cerca las consecuencias más duras de la COVID. Por otro lado y como en todo lo que conlleve aspectos del comportamiento infantil, la forma de vivenciar la desescalada por parte de sus figuras de referencia será fundamental, siendo sus verbalizaciones, actos y vivencias emocionales determinantes como modelos del menor.

En lo que respecta a la forma de exteriorizarlo prima la irritabilidad, nerviosismo generalizado, falta de concentración, conductas negativistas y desafiantes, así como retroceso en determinados hitos ya adquiridos, entre otros, el control de esfínteres o el colecho.

Consecuencias a medio y largo plazo

Sin lugar a dudas, el mantener un tipo de vida en el cual dejamos de ser los dueños de la misma para ceder todos los pequeños y grandes pasos vitales al miedo, conlleva una serie de restricciones generadoras de malestar. El miedo percibirá el mundo a su manera, como fuente de peligro, por lo que responderá de la misma forma: sobrevivir es el fin.

Cuando hablamos de supervivencia o de las posibles respuestas al miedo encontramos tres: lucha, huida o evitación. Todas ellas conllevan el aislamiento, el cese de apertura a la experiencia, la disminución de la curiosidad y exploración, la limitación vivencial en todas sus formas. De esta forma y al adoptar un estilo de vida carente de todo significado fuera de “los deberes” y obligaciones vitales, nos limitaremos a funcionar sin inclusión alguna de aspectos reforzantes, de aspectos que sumen y “hagan vibrar”.

Tal es así que, a medio y largo plazo, todo lo anterior detonará en un importante malestar generalizado, con una visión negativa del mundo, de terceros y de uno mismo, así como un estado de ánimo cargado de melancolía, incapacidad de disfrutar y agotamiento tanto físico como mental. Se corre el riesgo de pasar a una nueva emoción nuclear: la tristeza y posible estado depresivo. 

Tratamiento 

Todo lo que implique la emoción de miedo conlleva la exposición paulatina al mismo de forma que se dé pie a un aprendizaje nuevo en el que vivenciar lo inofensivos que son los aspectos temidos. Para ello, se ha de tener en cuenta dos aspectos fundamentales: 

  • Estar en contacto con el objetivo de dichos esfuerzos manteniendo presente en todo momento que se trata de pasos dirigidos al estilo de vida que deseo y del que disfrutaba y consideraba valioso antes de la llegada del confinamiento.
  • Realizar aproximaciones de forma paulatina y creciente, comenzando con acciones sutiles para, poco a poco, ir incrementando la intensidad, duración y frecuencia. 

A su vez, será determinante el aprender a conciliar las emociones, agradables y desagradables, como compañeros de viaje y compañeros de vida. La sociedad y la propia historia de aprendizaje personal castiga las vivencias desagradables tanto emocionales como cognitivas, ofreciendo numerosos espacios y recursos para combatir las mismas, invirtiendo un valioso tiempo y energía en algo prácticamente imposible. En lugar de invertirlo en aquello que nos suma y nos hace crecer, con o sin vivencias desagradables. Lo importante no es eliminar el miedo, la rabia o cualquiera que sea la emoción que nos perturba, sino aprender a sentirlo y gestionarlo sin que suponga un bloqueo u “obstáculo” en el camino.

¿Hay algo que puedas hacer desde casa?  

Si te encuentras identificado con la información anterior o conoces a alguien que pueda estarlo, aquí van algunas recomendaciones que te lo pueden poner más fácil:

  • Conecta con todo aquello valioso que el confinamiento parece haber dejado atrás, así como con lo agradable y reconfortante que resultaba.
  • Abre tu mente a flexibilizar rutinas y patrones a la hora de retomar esos aspectos o similares dentro del nuevo marco social, laboral y de salud en el que nos encontramos.
  • Explora nuevas actividades y hobbies que pueden hacerte sentir bien y, hasta ahora, desconocidos.
  • Mantén objetivos a corto, medio y largo plazo alcanzables y realistas, ajustando pequeños pasos que vayan en dicha dirección.
  • Comienza a exponerte a los estímulos temidos en función de su carga perturbadora, desde los menos a los más estresantes; ampliando a su vez la frecuencia e intensidad de estas aproximaciones.
  • Comparte tus vivencias, emociones y pensamientos con tu círculo más cercano, permítete escucharte y ser escuchado, además de compartir vivencias sentidas por todos en mayor o menor medida en todo este proceso.
  • No tengas prisa, pero tampoco pausa. Da espacio a tu propio ritmo sin que este decaiga en el intento y experiencia de situaciones de éxito y situaciones vividas con mayor desagrado.

Por supuesto, y si lo anterior conlleva una carga estresante que te abruma, asesórate con profesionales que estudien tu historia adaptando un plan de trabajo a tus recursos, fortalezas y debilidades.